
Díaz gobernó con mano dura, pronto logró alcanzar el orden interno que el país necesitaba, y que no había podido tener desde los años de su independencia. Para alcanzar el progreso económico Díaz se empeñó en seguir la idea de “Poca política y mucha administración”. Con ello dejo entrever que la democracia pasaría a un segundo plano, considerando mas importante consolidar la paz, aunque fuera a través de la represión. Durante la administración porfirista se violaron constantemente los principios de libertad y los derechos humanos, ya que el propósito fundamental era alcanzar el progreso industrial y económico a cualquier precio.
La filosofía positivista que caracterizó este periodo, proponía que para alcanzar las metas de orden y progreso era necesario una gran transformación en todos los rubros del país, tanto en los sectores internos como en sus relaciones externas, ya que el objetivo primordial era atraer capitales extranjeros, y la única forma de garantizar seguridad a las inversiones. Para México este fue un paso doloroso, en el sentido de que aun no había logrado lo mínimo indispensable para alcanzar la modernización industrial.
La etapa porfirista cubrió un lapso de 34 años, de 1877 a 1911, incluyendo el periodo de cuatro años en el que México fue gobernado por el matamorense Manuel González (1880 – 1884), bajo la influencia de Díaz.
El porfirismo en México fue una época de gran transformación en todos los ordenes, fue el punto de partida hacia la modernidad, pero principalmente en lo económico., ya que en los aspectos político y social dejó mucho que desear.
Al asumir Díaz el poder encontró un país en conflicto, ya que todavía existían marcadas rivalidades políticas que desestabilizaban el régimen en todos los rubros. Además aun no terminaba con los levantamientos lerdistas e iglesistas que se habían opuesto al Plan de Tuxtepec, a través del cual logró la presidencia.
Por otro lado, Díaz tuvo que enfrentar el problema del bandolerismo, los movimientos armados que surgían en contra de los gobiernos locales, levantamientos campesinos e indígenas y los ataques de los indios apaches en la frontera norte, los cuales causaban enormes daños a las poblaciones fronterizas de ambos lados.
Pero definitivamente una de las situaciones que más preocuparon a Díaz, fue el reconocimiento de su gobierno por el de Estados Unidos. Los vecinos del norte habían suspendido las relaciones diplomáticas con México a raíz de la toma violenta del poder que realizó el caudillo de Tuxtepec, situación que era contraria a la política norteamericana, de reconocer solamente a gobiernos surgidos por la vía democrática. La cuestión era aun más grave, pues en México prevalecía la inestabilidad social, política y económica.
Los norteamericanos estaban aferrados a su postura y amenazaron con invadir el territorio nacional si nuestro país no se comprometía a saldar sus cuentas pendientes, así como satisfacer las demandas más urgentes para ellos que eran: combatir el bandolerismo y acabar con los indios que se ocultaban en la zona fronteriza después de cometer todo tipo de delitos en la zona norteamericana.
Por otra parte, el reconocimiento de los Estados Unidos era un factor muy importante, en virtud de que era la única potencia occidental que mantuvo relaciones con México durante la Intervención Francesa. Ante este panorama. Díaz se ocupó de pacificar la frontera, procuró ser puntual en el pago de la deuda con los Estados Unidos e invitó a los empresarios norteamericanos a invertir en México, convenciéndolos de aprovechar las ventajas de un país con abundantes recursos naturales. Con ello se empezó a generar una relación económica, que pronto hizo olvidar los conflictos iniciales. La prudencia e inteligencia con la que se manejó Díaz para evitar una confrontación con el país vecino, fue digna de elogios a nivel internacional.